Ir al contenido principal

ELOY TIZÓN: HERIDO LEVE.

Durante el tiempo que duraba la lectura, desaparecían tus inseguridades, temores, fantasmas, traumas y complejos. ¿Cómo decirlo? Leer te graduaba la vista mejor que las gafas. Mientras leías, dejabas de estar ciego. La vida relatada te parecía preferible a la vida sin relatar, como el reflejo de un castillo duplicado en el lago es a veces superior al castillo real. Descubriste que la literatura era un cataclismo llevadero. Y estaba siempre a mano. Gracias a ella pasaste de ser un herido grave a ser un herido leve.

(Tizón, Eloy., Herido Leve, editorial Páginas de espuma, Madrid, 2019)



Comentarios

Entradas populares de este blog

EL LIBRO QUE CRECIÓ CONMIGO: ILDEFONSO RODRÍGUEZ

Empezar por una fecha. Y  una bien marcada: el año 1968, el año del mayo francés (y la masacre de Tlatelolco, en México; y las protestas del campus de Berkeley, California). En León una pandilla de adolescentes nos repartíamos entre  distintas aficiones: tocar rock and roll, escribir poesía, protestar -por todo, decían nuestros padres-, ligar, el amor, la amistad. Vivir, sobre todo vivir con el máximo de libertad que se pudiera. Libertad vigilada: el llamado tardofranquismo significaba los obispos como siempre en el poder, los meapilas peligrosos del Opus Dei. Y el General yendo a la condición de momia.  Para los que queríamos escribir poesía, Federico García Lorca fue el gran nombre de nuestro antifranquismo visceral (nos iba la libertad en ello). La proto-víctima del terror falangista, asesinado justo al mes de que unos generales venidos de África traicionasen a la República. Así han quedado en la historia mundial aquellos hechos. Ahora se puede encontrar cualquier nombre en la Red.

EL LIBRO QUE CRECIÓ CONMIGO: LUIS GRAU LOBO

La primera vez que lo leí no entendí nada y, aun así, me gustó. Me gustó mucho, de tal manera que insistí con esa perseverancia de la edad que desaparece con el uso. Seguí sin entenderlo muy bien, pero me gustó más aún. Yo era un chaval y hacía muy poco que, por recomendación, había leído “Cien años de soledad” y de inmediato, tal era la impresión que me causó, devoré alguna novela más de lo que entonces se llamaba -¿se sigue llamando?- realismo mágico o el boom latinoamericano. Aquellas torrenteras verbales que habitaban tierras prodigiosas y daban cuenta por igual de sucesos inverosímiles y ciertos configuraban mitologías nuevas con voces del otro lado del mismo océano verbal. El deslumbramiento arrasó mis lecturas anteriores y todavía hoy me sumerjo a menudo en aquellos ríos con lechos de piedras como huevos prehistóricos. LUIS GRAU LOBO En alguna parte escuché que aquella literatura tan distinta tenía precursores, con fundamentos que la explicaban. Fui, por tanto, en busca de ese p

EL LIBRO QUE CRECIÓ CONMIGO: BRUNO MARCOS

Fue una lectura muy extraña de mi infancia. Realmente no sé si se trata de un libro para niños. Lo leí por imperativo escolar. Con la lista de obras que nos proponían en la mano, acudí a la biblioteca que había dejado mi hermano en tres estanterías del salón cuando se marchó a estudiar fuera y allí estaba: ‘Alfanhuí’. Lo encontré entonces muy siniestro y muy imaginativo, lleno de una desolación enorme, con paisajes que me daban miedo, atardeceres carmín, bermellón y sangre, amaneceres de oro y amarillo, caminos a ningún sitio... Lo he leído varias veces a lo largo de mi vida, recuerdo haberlo hecho por primera vez con ocho o nueve años y quedarme sobrecogido. Reconocía en sus páginas un estado de la sensibilidad que me era cercano, algo extrañamente triste, bello y familiar. Momentos que había experimentado de camino al colegio en mañanas frías o soleadas, con el viento azotando las calles como a un espacio abandonado, mirando los pajarillos en los charcos, saltando las líneas de las a