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Mostrando entradas de febrero, 2021

EL LIBRO QUE CRECIÓ CONMIGO: CARMEN PALOMO

Algunos teóricos neodarwinistas opinan que el ritmo de la evolución biológica no es constante: el registro fósil parece indicar que hay épocas en las que los cambios evolutivos se producen con una relativa rapidez y otras, más prolongadas, de estabilidad. Este enfoque, llamado "teoría del equilibrio puntuado", presupone saltos evolutivos acelerados. Mi experiencia, especialmente en las etapas geológicas de mi formación lectora, sigue ese patrón: fogonazos. Leer no es, ni fue, un paseo pautado por tranquilas avenidas primaverales. Leer era, y es, zambullirse en la selva de lo humano relatado, el tumulto de los sonidos articulados, la ventana abierta sobre el pasado y sobre el Otro. Y eso sucede entre hallazgos deslumbrantes e incendios incontrolados. En el libro que crece conmigo leí, illo tempore, sin que pueda evitar sonreír al releerlo: Moça tan fermosa non vi en la frontera, como una vaquera de la Finojosa. Faziendo la vía del Calatraveño a Santa María, vencido del sueño,

IRENE VALLEJO: EL INFINITO EN UN JUNCO

"Este es un libro sobre la historia de los libros. Un recorrido por la vida de ese fascinante artefacto que inventamos para que las palabras pudieran viajar en el espacio y en el tiempo. La historia de su fabricación, de todos los tipos que hemos ensayado a lo largo de casi treinta siglos: libros de humo, de piedra, de arcilla, de juncos, de seda, de piel, de árboles y, los últimos llegados, de plástico y luz. Es, además, un libro de viajes. Una ruta con escalas en los campos de batalla de Alejandro y en la Villa de los Papiros bajo la erupción del Vesubio, en los palacios de Cleopatra y en el escenario del crimen de Hipatia, en las primeras librerías conocidas y en los talleres de copia manuscrita, en las hogueras donde ardieron códices prohibidos, en el gulag, en la biblioteca de Sarajevo y en el laberinto subterráneo de Oxford en el año 2000. Un hilo que une a los clásicos con el vertiginoso mundo contemporáneo, conectándolos con debates actuales: Aristófanes y los procesos jud

EL LIBRO QUE CRECIÓ CONMIGO: ILDEFONSO RODRÍGUEZ

Empezar por una fecha. Y  una bien marcada: el año 1968, el año del mayo francés (y la masacre de Tlatelolco, en México; y las protestas del campus de Berkeley, California). En León una pandilla de adolescentes nos repartíamos entre  distintas aficiones: tocar rock and roll, escribir poesía, protestar -por todo, decían nuestros padres-, ligar, el amor, la amistad. Vivir, sobre todo vivir con el máximo de libertad que se pudiera. Libertad vigilada: el llamado tardofranquismo significaba los obispos como siempre en el poder, los meapilas peligrosos del Opus Dei. Y el General yendo a la condición de momia.  Para los que queríamos escribir poesía, Federico García Lorca fue el gran nombre de nuestro antifranquismo visceral (nos iba la libertad en ello). La proto-víctima del terror falangista, asesinado justo al mes de que unos generales venidos de África traicionasen a la República. Así han quedado en la historia mundial aquellos hechos. Ahora se puede encontrar cualquier nombre en la Red.

EL LIBRO QUE CRECIÓ CONMIGO: SUSANA BARRAGUÉS SAINZ

A veces todo está imbuido de una trasmutación dorada y la conciencia penetra entre brillos en un canto.  Pero cada corazón tiene su tiempo para la música, y una vez que esa música cesa se entra en un tiempo melancólico, en el que se da la total ausencia de trances. Lo busques cuanto lo busques. Yo, por ejemplo, ya he muerto levemente en el día de ayer. He sido sustituida por un ave del paraíso que en mi lugar duerme y ama. Porque nunca pude soportar el estruendo que hace la realidad, fui excluida del delirio colectivo. Y me tuve que dedicar a pelar patatas y leer libros. Por eso comprendo a la mujer que mira hacia delante, pero insiste en caminar hacia atrás como un cangrejo. Eso es escribir. Y comprendo sin penetrar en su clarividencia. Leer a Clarice es entrar en el reino de las despensas de cocina decoradas con puntillas blancas, y permanecer allí, leyendo, en estado deslumbrado. Leí “La hora de la estrella” en la seguridad del ambiente doméstico. Nada, ni los puerros sin cortar, ni

ELOY TIZÓN: HERIDO LEVE.

Durante el tiempo que duraba la lectura, desaparecían tus inseguridades, temores, fantasmas, traumas y complejos. ¿Cómo decirlo? Leer te graduaba la vista mejor que las gafas. Mientras leías, dejabas de estar ciego. La vida relatada te parecía preferible a la vida sin relatar, como el reflejo de un castillo duplicado en el lago es a veces superior al castillo real. Descubriste que la literatura era un cataclismo llevadero. Y estaba siempre a mano. Gracias a ella pasaste de ser un herido grave a ser un herido leve. (Tizón, Eloy., Herido Leve, editorial Páginas de espuma, Madrid, 2019)