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EL LIBRO QUE CRECIÓ CONMIGO: CARMEN PALOMO

Algunos teóricos neodarwinistas opinan que el ritmo de la evolución biológica no es constante: el registro fósil parece indicar que hay épocas en las que los cambios evolutivos se producen con una relativa rapidez y otras, más prolongadas, de estabilidad. Este enfoque, llamado "teoría del equilibrio puntuado", presupone saltos evolutivos acelerados. Mi experiencia, especialmente en las etapas geológicas de mi formación lectora, sigue ese patrón: fogonazos. Leer no es, ni fue, un paseo pautado por tranquilas avenidas primaverales. Leer era, y es, zambullirse en la selva de lo humano relatado, el tumulto de los sonidos articulados, la ventana abierta sobre el pasado y sobre el Otro. Y eso sucede entre hallazgos deslumbrantes e incendios incontrolados.

En el libro que crece conmigo leí, illo tempore, sin que pueda evitar sonreír al releerlo:

Moça tan fermosa

non vi en la frontera,

como una vaquera

de la Finojosa.


Faziendo la vía

del Calatraveño

a Santa María,

vencido del sueño,

por tierra fragosa

perdí la carrera,

do vi la vaquera

de la Finojosa.


Aprendí en él de memoria estos versos como deber escolar (la elección de los versos fue libre) a los siete u ocho años. Me parecieron divertidos, sonoros, una prolongación natural de las canciones de corro o de comba. Seguí picoteando. Garcilaso: sus extravagantes palabras, con el lustre del misterio, la primera aproximación, también infantil, a la elegancia. Una música realmente extraña procedente de un jardín privado del que, por azar, por bendito azar, había encontrado la llave de su cancilla, el hilo de Ariadna y la querencia lectora, feroz, de Asterión.

Poco después, esa ocurrencia lúdica de mi hermano Jose, también en el mismo libro que crecía con nosotros: aprendernos de memoria, “a ver si puedes”, "La paz, la avispa, el taco, las vertientes..." de Vallejo. En el mismo libro, sí. De hecho, el libro, el ejemplar del libro, lleva la firma de Jose: es, por lo tanto, un préstamo. Jose me legaría años después otro jardín lector, Cortázar, y con él toda la escritura de Hispanoamérica. Las lecturas son préstamos de lecturas, hilos entretejidos de afectos, cerezas entrelazadas, ríos y afluentes. La lectura es una labor cartográfica de interior.

Los descubrimientos más señalados en el libro, los hitos, dejaron sus propias huellas arqueológicas: hay páginas especialmente manchadas (¿meriendas infantiles?) y páginas que se abren solas por el vencimiento del lomo: el libro es como un caballo cabalgado durante años. Ahí estaba, y está, Bécquer, su levedad sotto voce; está, light of my life, el Cántico espiritual; ahí parlotean Quevedo y Góngora, Lope y Cervantes; ahí desfilan todos los poetas sin más jerarquía que la cronológica, desde unos ojos tan fuertemente llorando hasta el beso de los primeros pobladores del mundo.


Carmen Palomo/ MANU URUEÑA


El libro lleva como título Los 25.000 mejores versos de la lengua castellana, editorial Vergara 1963. Parece un título de feria: poesía al peso, quién da más.  Está lleno de erratas y carece de aparato crítico. Da igual. Dentro de él se guardan las músicas de la lengua. Si no hubiera caído en mis manos, mi vida habría sido otra, y no creo que mejor.       

¿Homo unius libri? No hay, en realidad, un único libro, ni un autor ni un lector, sino una comunidad, una labor comunal, murmullo multitudinario que recorre nuestra historia mientras nos la cuenta y nos contamos, una búsqueda de significados más allá de la pedestre denotación, una necesidad de jugar, abrirse y compartir. Caminamos y nos perdemos, todos, como el marqués, por tierra fragosa, pero no vamos solos: las palabras propias y ajenas nos acompañan. Y con ellas, cerrada la infancia, seguimos creciendo por dentro.

CARMEN PALOMO



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